lunes, 27 de abril de 2009

Normandie



Me gusta cuándo las coincidencias confabulan porque esté en determinado lugar en un momento dado.
En Chile facebook ha sido un fenómeno. Fue impresionante y abrumador vivir el surgimiento de esta herramienta de interacción social. De un mes a otro recibías invitaciones, propuestas y hasta declaraciones de personas que si bien se habían cruzado en tu vida, por alguna u otra razón las habías dejado de ver o perdido el contacto. Xs de todo tipo iban y venían, se contactaban para retomar las relaciones dependiendo de quienes estaban más o menos atractivos luego de ver sus fotos publicadas. Si querías encontrarte con alguien solo había que ver a que fiesta iba y poner cara de sorpresa. Esa pérdida de privacidad me llevó a cerrar la cuenta, cosa que no dejó indiferente a algunos amigos que criticaban mi ostracismo o que incluso se sintieron ofendidos por verse marginados de mi mundillo. En fin, mucho rollo para un par de clicks.
El otro día, sin más, decidí ver que podía encontrar, ya que recordaba una que otra herramienta interesante. Al reactivar mi cuenta, la primera invitación que recibo me llenó de sorpresa; “Sólo por hoy ‘Cortazár’ en cine arte Normandie”. En 3 horas estaba caminando por el aroma a fritura de calle San Diego junto a un torrente de transeúntes, tan homogéneo como los mismos personajes de Cortázar. Volver a esa taquilla, donde el mismo y vetusto acomodador te entregaba el billete para la obra. Sentí por un momento la eternidad, un hilo de tiempo que, aunque delgado, sobrevivía a la modernidad de una metrópolis a punto de ser aplastada entre el mar y la cordillera. El aroma del tiempo en cada butaca de madera y cuero. El ruidoso sonido de volver atrás gracias a un vinilo extraviado. Nunca había escuchado la voz de Cortázar, sus erres afrancesadas, su cadencia calma y vital. Tantas frases memorables salieron multiplicándose de su garganta, esas que busco incansable, que dicen mucho o no dicen nada, perdidas como están entre el discurso y el sentimiento. De todas, me quedé con una: “… porque el dolor nunca, nunca será más fuerte que la vida.”
Seguiré un tiempo más en facebook para ver que otra circularidad se hace evidente. Me inundaré de Cortázar, ahora que me he dado cuenta que el niño que enloqueció de amor ha sido muerto y enterrado con sus juguetes. Porque es evidente el motivo de mi lejanía del autor trasandino; cuando volvió X, venía con un libro bajo el brazo, llegó de vuelta a mi cama de dónde la había corrido. “¿Rayuela?, creo que es muy bueno.”, “Sí, lo es”, fue su escueta respuesta y en sus ojos se notaba otro que no pude soportar. Así fue que me alejé definitivamente, y llegué a París, de vuelta a caminar por la orilla del Seine, bajo la Tour, de donde la llamé y le dije que volvería, que la extrañaba, “Comme j’aimerai que tu sois ici…”. Quizás por eso todavía me busca sin éxito, busca a un niño que murió incluso antes de partir, uno romántico, cazador de aromas variopintos y poemas raquíticos. Que fue enterrado a orillas del canal de la mancha por el roce de una estrella fugaz. “Sigamos avanzando chica, ‘… porque el dolor nunca será más fuerte que la vida.’”

3 comentarios:

Lilyth dijo...

me ha encantado en especial el último párrafo de tu post, además te puedo decir que no existe para mi algo tan lindo como escuchar la voz de Cortazar, mi favorita en la carta que escribe La Maga a Rocamadour y no podía faltar el cuento de famas y cronopios, los exploradores, creo que los puedes conseguir en la red.

Atlántida dijo...

Me has dejado con la boca abierta ¡qué bonito! pero es cierto, el dolor no supera a la vida, eso lo capte en una película española títulada la Soledad, donde el director se afanó en aclarar que la vida esta llena de sufrimiento pero que el ser humano posee la capacidad inagotable de recuperarse una y otra vez y sobrevivir a ese dolor, me quedé pensando en lo fuertes que somos, y en lo que aprendemos de esas malas rachas.

Rube Antono dijo...

Muchas Gracias. :) Seguiré escuchando a Cortazar en la red.
Debo confesarles que recién hoy comenzaré con Rayuela. Más que el miedo, era el asco de los celos lo que me impedía abrir el libro. Todavía no sé porque elegí llamarla justo de bajo la Torre Eiffel, quizás por su real apariencia de antena. Lo que si sé es que volví por ella, como le prometí ese día, que estaría para su cumpleaños, pero ese ya no era su yo, y aquella ya no era ella.