lunes, 6 de abril de 2009

Cupido 2001


Sobre un poste diviso una solitaria silueta. Me imagino a un tipo de estatura media, tez curtida por el viento y el sol, torso desnudo tapado a medias por una chaqueta de cuero marrón. En cuclillas contempla el ir y venir esquizofrénico de transeúntes enajenados.
En el horizonte se desliza un joven de caminar calmo y parsimonioso. En sus manos fluyen rápidas las páginas de un libro azul. Se acerca tranquilamente.
El tipo sobre el poste saca un cigarrillo del bolsillo interior de su chaqueta. Con su mano derecha libre, y al instante en que se lleva el cigarrillo a los labios, toma un revólver cromado, afirmado en la cintura por sus vaqueros. El tiempo frena por el largo del cañón. Lo veo cerrar un ojo para apuntar al distraído joven que difícilmente se percatará del riesgo.
Detengo mi carrera, porque no creo a mis ojos. Todo aparece difuminado, y el cielo amarillo y violeta.
El tipo, con un rápido golpe de sus dedos, hace girar el barrilete metálico. Lentamente se detiene el tambor. Veo como aumenta la presión en el gatillo, y se suelta el disparo.
Una bala anaranjada surca el espacio entre ambos y se incrusta de lleno en el costado izquierdo del pecho del joven que rápido agacha la cabeza acusando el golpe. La levanta al tiempo que veo su halo azul mancharse con tintes cobrizos. Si no hubiese visto la escena, no reconocería al joven, ahora erguido, con los músculos tensos, el pelo sobre su frente y la mirada desencajada. Otea los rostros que marchan a su lado, mientras cae el libro de su mano abierta. Se une finalmente al vaivén orgiástico de la multitud.
Con el sólo contacto del cañón, todavía humeante, prende el tipo su cigarrillo. Una mezquina sonrisa se dibuja en sus facciones. Se levanta junto con el humo saliendo de su boca. Fija su mirada en un punto que no reconozco, y con su revólver empuñado salta desde las alturas, sobre la multitud. Desaparecen de mi vista, confundidos en el océano abierto frente a mí.
Centellea en el cielo un astro rojo, abrazado por el sol. Detrás de una nube se esconde triste la estrella de la tarde.

3 comentarios:

Lilyth dijo...

Al entrelazar el título con el relato me deja pensando que lo que sucede es que amar en estas épocas es firmar una condena de muerte, posiblemente el cupido moderno acelera el proceso...

:)

Atlántida dijo...

Sí, creo que Cúpido se ha vuelto un poco asesino con el paso del tiempo, y lo peor es que siempre su tiro es certero: directo al corazón.

Rube Antono dijo...

Es demasiado anacrónica la imagen de cupido; un niño, que sanamente regordete, vuela emplumado por los campos enamorando a distintos viajeros con su arco y flecha.

Puede que, a pesar de Freud, se haya revelado contra su madre gracias a los ardides de un padre aburrido y cada vez mas desquiciado por la proximidad de un sol cambiante. O que definitivamente haya sido reemplazado por su hermano menor, siempre más próximo al padre, y que implacable le disparó con su recién heredado revólver, mientras cupido se entretenía con algún grupo de chicos atractivos. Como sea… ya no creo que sea el mismo.