domingo, 24 de agosto de 2008

Erase una vez, hace no mucho tiempo...

No es la pena, sino la angustia,
la que se filtra en el alma y nos hace llorar desconsolados.
Los sueños nos molestan,
nos recuerdan quienes queríamos ser,
y quienes no somos.

Donde perdimos la estampilla que compramos ese día,
cuando hacia frío y nos vimos rodeados de logros,
cuando en primavera nos regodeamos con nuestros sentimientos,
los mismos que nos juegan ahora una mala pasada


Maldito hijo del capitán luna.
Que no se pueda quedar quieto el maldito
Que se tenga que esconder el maldito,
y como si fuera poco,
se sumerja en sombras de pronto,
como hoy, cuando solo los mayas lo esperan,
pero sólo porque les enseño a temerle,
pero sólo porque las mareas le escuchan,
pero sólo porque la naturaleza entera sigue moviéndose,
toda a sus malditos ciclos circadianos.

Que puede esperar entonces un ser cansado por nada.

El patético debe seguir luchando por la subsistencia,
y analfabeto,
y sordo, mudo y ciego.

Todo se le fue al estomago.
Las decisiones son viscerales.
Sacadas de libros tétricos,
de historias de destripadores memoriales
o triángulos estelares.

Porque ni el comprende al hambre que lo aqueja,
que le impide el sueño y se apodera de sus entrañas,
de esas que toman las decisiones,
que lo empujan a rincones oscuros
y caras extrañas

Jeckill no era más que un niño.
Sólo habrá tenido horas de vida.
Que podría haber hecho con una vida de vida?

Mas y mas historias.
Que la guagua y sus 2 cabezas.
Que los chanchos sin sangre.


Que las cabritas de la plaza de caldera,
con ese aroma tan propio de las noches de playa,
cuando el mundo se detiene para nuestro placer.
Por un breve lapso el mundo se ha vuelto a convertir.

Y esas frasadas con olor a ajeno,
que guardaban esas noches saladas
cuando a lo lejos se acallaban las risas
y desde el pecho nos inundaba la calma.

No es que me arrepienta,
no señor,
es que me declaro incompetente
frente a mi propia pereza.

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